Como ya os hemos comentado en alguna ocasión, el viaje a Donostia fue un regalo de cumpleaños que me hicieron entre mi familia y David. Aunque esta sería la tercera vez en esta hermosa ciudad de Euskadi, mis recuerdos parecían borrados o guardados al final de un armario de difícil acceso.
El día que llegamos pensé que en cuanto viera el casco antiguo de Donostia enseguida me vendrían los recuerdos de las visitas anteriores. No fue así. Quizás era demasiado pequeña y los recuerdos muy lejanos. Como hay que mirar el lado bueno de las cosas, el hecho de no recordar pensé que me permitiría disfrutar de la ciudad como si la descubriera de nuevo, como si fuera la primera vez que pisara aquel lugar, que paseara por la playa de la Concha, que probara la gastronomía vasca…
Una tarde en el Monte Igeldo
El segundo día y aún sin haber recordado nada de mis viajes anteriores decidimos subir al Monte Igeldo.
Al coger el funicular me empezaron a venir a la mente algunos recuerdos pero muy lejanos…
Después de bajar del funicular y de admirar la panorámica de la ciudad subimos hacia la zona donde se sitúa el parque de atracciones. Fue entonces cuando los recuerdos comenzaron a fluir por mi mente: yo subida a una barquita del río misterioso, mi hermano con mi padre y yo en unos vagones de la montaña suiza, el paseo en pony (que al ser pequeña me parecían más grandes y los recordaba como caballos)… es curioso como los recuerdos que guardaba de mis visitas se resumían a un parque de atracciones.
Cuando estuve debía tener 5 o 6 años y mi mente sólo había guardado bajo llave los momentos de diversión.